Flamboyán: historia de un árbol foráneo en Yucatán
Atalaya histórica, columna de José Ramón Pérez Herrera: Flamboyán: historia de un árbol foráneo en Yucatán.
El flamboyán es uno de los árboles más emblemáticos del paisaje yucateco, tanto en zonas urbanas como rurales, gracias a su follaje vibrante y sus vistosas flores rojas y anaranjadas. Su presencia es común en los costados de las bardas de las casas, en esquinas, camellones, parques y campos abiertos, lo que evidencia su preferencia como árbol ornamental de gran utilidad. Incluso ha sido representado en obras artísticas, donde se le observa como parte del entorno cotidiano.
A partir de esta presencia tan arraigada, podría pensarse que el flamboyán es originario de nuestra región; sin embargo, esto es totalmente falso.
Su nombre científico es Delonix regia y es originario de Madagascar, en África. En distintas regiones de México se le conoce como tabachín; en algunos países de Centroamérica, como acacia roja o árbol de fuego; mientras que en Sudamérica se le llama chivato.
Se trata de un árbol de gran tamaño que ofrece abundante sombra, ya que puede alcanzar entre 8 y 12 metros de altura y un diámetro aproximado de 60 centímetros. Se distingue por sus grandes flores asimétricas de cinco pétalos que brotan entre la primavera y el verano. Otro rasgo característico
son sus raíces extensas y superficiales, lo cual lo vuelve poco adecuado para espacios reducidos, ya
que puede dañar construcciones cercanas y aceras.
La presencia de este árbol tiene una larga presencia, así nos lo hace ver Claudio Meex, seudónimo de Eduardo Urzaiz Rodríguez, en Reconstrucción de hechos (1950), donde escribe: “Los primeros flamboyanes que florecieron en Mérida fueron los que sembró en Azcorra don Manuel Cirerol en 1876. Las semillas las trajo de La Habana don Félix Martín Espinosa. Aunque no ha faltado escritor vernáculo que nos describa el idilio de una princesa maya y un guerrero Itzá al pie de un flamboyán florido, este precioso árbol es originario del África Oriental, de donde lo llevaron los franceses a las pequeñas Antillas; de allí pasó a Cuba, y de Cuba a Yucatán. Por eso abunda sobre todo en los alrededores de Mérida y en las fincas cercanas y, hasta hace poco no existía en ningún otro Estado de la República". Hasta aquí esta anotación histórica.
Para finalizar, hablando de manera personal, desde mi infancia, el flamboyán forma parte de mis recuerdos entrañables. Primero como parte del paisaje diario que acompañaba mis trayectos a la escuela y de regresar a casa. Más adelante, en tiempo más recientes, se convirtió en cómplice de juegos junto a mi novia -hoy esposa-. Solíamos recoger las flores caídas, separar con cuidado sus largos estambres, los cuales terminan en una pequeña antena donde se produce el polen, y simular pequeñas batallas. Ganaba quien lograra desprender la antena del estambre del otro.
Así, este árbol, aunque foráneo, se ha enraizado profundamente en nuestra tierra y en nuestra memoria colectiva. Con el paso del tiempo, el flamboyán ha dejado de ser solo un ornamento para convertirse en parte esencial de nuestra cotidianidad.